Visitar un edificio emblemático suele ser una experiencia fantástica. Desde su inauguración en septiembre del 2005, la Torre Glòries se ha convertido en un icono de Barcelona. Un símbolo que ahora abre sus puertas al público por primera vez de forma permanente.
Jean Nouvel, como Gaudí, se inspiró en las formas redondeadas de Montserrat para diseñar este espectáculo arquitectónico de más de 140 metros de altura. Podríamos hablar de su aspecto, para algunos, innovador, para otros, provocativo; de su sostenibilidad; de su piel, hecha con cristal, hormigón y chapas de aluminio lacado en 26 tonos distintos; o de las 52 744 lamas de cristal que la recubren. Pero, tal vez, uno de los aspectos más hipnóticos de este géiser que parece brotar de la tierra es su alumbrado nocturno. Porque antes de acostarse, la Torre Glòries se ilumina y proyecta sus colores sobre la ciudad a través de un sistema energético eficiente que controla el gasto mejor que muchas lavadoras. La Torre Glòries es un edificio vivo sin el que es imposible explicar la Barcelona del siglo XXI.
Adiós, Torre Agbar
Existen mil y una formas de llamar a este edificio, algunas más o menos ingeniosas. Torre Agbar es una de ellas. Este rascacielos albergó durante 10 años la sede de la empresa Aigües de Barcelona, cuyo acrónimo es Agbar. De ahí el nombre, sí. Pero ¿sabías que desde el 2015 ya no se llama así? Venga, va, ya es hora de actualizarse. Adiós, Torre Agbar. ¡Hola, Torre Glòries!
